Cuenta este episodio el P. Besalduch en su libro “Nuestros mártires” — Barcelona – 1940
He aquí un rótulo que despierta interés y curiosidad, el cual responde a un hecho que importa consignarlo en este libro, para que lo sepan las futuras generaciones y la presente no lo desconozca o no lo olvide.
Villarreal es una población carmelitana de remoto abolengo: amante de la Virgen del Carmen, entusiasta de su milagroso escapulario; con una Hermandad de la Venerable Orden Tercera pujante y en flor… Por ello creemos ha de servir para estrechar más los lazos entre Villarreal y el Carmelo la divulgación de la emocionante noticia de que el que salvó de la destrucción el magnífico templo arciprestal de la importante ciudad villarrealense fue un fraile carmelita.
No fuera justo, ni el lector nos lo perdonaría, si dejásemos velado por el anónimo el nombre del “salvador”. Por eso sentimos justa satisfacción y natural orgullo al revelarlo, saludando desde estas páginas la genial hazaña de nuestro hermano de hábito Fr. Ángel Agustín López Román. Antes que expliquemos su gesta salvadora querrá el lector hagamos la obligada presentación de este religioso, justa y sobria. Y le vamos a complacer.
Fr. Ángel Agustín López Román era un religioso profeso de la Provincia Bética, estudiante de Teología en nuestro colegio de Osuna. Es natural de Los Pedroches (Córdoba). Enrolado forzosamente desde el principio de la guerra en el “ejército rojo”, muy pronto destacó por su sólida preparación cultural entre pelotones de milicianos ayunos e inapetentes de letras. Había cursado el Bachillerato en nuestro Colegio de Hinojosa del Duque, y las asignaturas de la carrera eclesiástica, hasta el segundo año de Dogma, en otros colegios de la Provincia. Vieron los jefes rojos en nuestro culto joven un valor positivo, no despreciable para su causa, y por ello se apresuraron a hacerle, en poco tiempo, Cabo, Sargento y Teniente…Hay que añadir que estuvo tres veces a punto de ser fusilado…
He aquí ahora el episodio emocionante que se puede calificar de hazaña y de aventura. Cuando Villarreal estaba en poder de los rojos, a nuestro bizarro Teniente, Fr. Ángel Agustín, le tocó alojarse, con su Compañía en la iglesia arciprestal. Venía la encanallada chusma marxista, en su avance vertiginoso de retroceso (y pase lo paradójico de la frase) profanando, incendiando y demoliendo altares, capillas y templos. Y acaso por instinto cerril, nacido de la vesánica costumbre y de una conciencia anquilosada, los alojados del sagrado recinto, se aprestaron sin pérdida de tiempo, a destruir cuanto les viniera en gana de aquello que estuviese a su alcance y fuese blanco de sus iras. Al apercibirse de los primeros conatos, nuestro Carmelita-Teniente, con la rapidez de un cohete volador, se subió al púlpito y, encañonándoles con su pistola les arengó con estas palabras que parecían trallazos de domador y llamaradas de justa ira: ”¿Qué ibais a hacer? ¿Qué van a decir de España en las cancillerías extranjeras? Si nos dedicamos a destruir, nos llamarán a los españoles hombres sin cultura, enemigos de la civilización y salvajes. ¡Ya lo sabéis! Con esta pistola yo cortaré los pasos a los que se rebelen y quemaré las alas de los que se envalentonen…” El estallido de un trueno no hubiera producido mejor efecto. Ni uno solo de los milicianos se atrevió a dar un paso. Se achantaron todos, sintiendo correr por todo su cuerpo un temblor de miedo. Temblaban como tiembla un niño travieso al oír la fulminante amenaza de su padre encolerizado. O como tiembla la fiera enjaulada que se agazapa y acurruca cuando ve en alto el látigo el domador.
Era evidente y cosa demostrada que nuestro Teniente no tenía por qué temer represalias ni venganzas por parte de sus subordinados. Pero, ¿podía contar con la aquiescencia y beneplácito de los jefes para llevar a cabo su propósito decidido de salvar el templo?
Un día el Comandante fijó la mirada hosca en el magnífico órgano y dijo: “¿Aún tenéis esto aquí?”. Luego, pasando su vista por las bellas pinturas murales, que asemejan frescos de Goya exclamó: “¿Cómo ya no ha desaparecido esto? A lo uno y a lo otro contestó nuestro Carmelita-Teniente: “Mi Comandante, supuesto que ha de ser esta iglesia un salón de conciertos y baile, parece que ni sobra el órgano ni estorban las pinturas. El órgano hará las veces de piano y las pinturas suplirán la decoración teatral”. Cuando en otra ocasión, el susodicho Comandante quería demoler la fachada, grandiosa obra de hierro y piedra, para que entraran los camiones, fue también nuestro Teniente, Fr. Ángel Agustín, quien le hizo desistir de su malhadado propósito.