Mi Canto de Hoy

1 Mi vi­da es un ins­tan­te, una efí­me­ra ho­ra,
mo­men­to que se eva­de y que hu­ye ve­loz.
Pa­ra amar­te, Dios mío, en es­ta po­bre tie­rra
no ten­go más que un día:
¡só­lo el día de hoy!

2 ¡Oh, Je­sús, yo te amo! A ti tien­de mi al­ma.
Sé por un so­lo día mi dul­ce pro­tec­ción,
ven y rei­na en mi pe­cho, ábre­me tu son­ri­sa
¡na­da más que por hoy!

3 ¿Qué me im­por­ta que en som­bras es­té en­vuel­to el fu­tu­ro?
Na­da pue­do pe­dir­te, Se­ñor, pa­ra ma­ña­na.
Con­ser­va mi al­ma pu­ra, cú­bre­me con tu som­bra
¡na­da más que por hoy!

4 Si pien­so en el ma­ña­na, me asus­ta mi in­cons­tan­cia,
sien­to na­cer tris­te­za, te­dio en mi co­ra­zón.
Pe­ro acep­to la prue­ba, acep­to el su­fri­mien­to
¡na­da más que por hoy!

5 ¡Oh Pi­lo­to di­vino, cu­ya mano me guía!,
en la ri­be­ra eter­na pron­to te ve­ré yo.
Por el mar bo­rras­co­so go­bier­na en paz mi bar­ca
¡na­da más que por hoy!

6 ¡Ah, de­ja que me es­con­da en tu faz ado­ra­ble,
allí no oi­ré del mun­do el inú­til ru­mor.
Da­me tu amor, Se­ñor, con­sér­va­me en tu gra­cia
¡na­da más que por hoy!

7 Cer­ca yo de tu pe­cho, ol­vi­da­da de to­do,
no te­mo ya, Dios mío, los mie­dos de la no­che.
Haz­me un si­tio en tu pe­cho, un si­tio, Je­sús mío,
¡na­da más que por hoy!

8 Pan vi­vo, Pan del cie­lo, di­vi­na Eu­ca­ris­tía,
¡con­mo­ve­dor mis­te­rio que pro­du­jo el amor!
Ven y mo­ra en mi pe­cho, Je­sús, mi blan­ca hos­tia,
¡na­da más que por hoy!

9 Úne­me a ti, Dios mío, Vi­ña san­ta y sa­gra­da,
y mi dé­bil sar­mien­to da­rá su fru­to bueno,
y yo po­dré ofre­cer­te un ra­ci­mo do­ra­do,
¡oh Se­ñor, des­de hoy!

10 Es de amor el ra­ci­mo, sus gra­nos son las al­mas,
pa­ra for­mar­lo un día ten­go, que hu­ye ve­loz.
¡Oh, da­me, Je­sús mío, el fue­go de un após­tol
na­da más que por hoy!

11 ¡Vir­gen in­ma­cu­la­da, oh tú, la dul­ce Es­tre­lla
que irra­dias a Je­sús y obras con él mi unión!,
de­ja que yo me es­con­da ba­jo tu ve­lo, Ma­dre,
¡na­da más que por hoy!

12 ¡Oh án­gel de mi guar­da, cú­bre­me con tus alas,
que ilu­mi­nen tus fue­gos mi pe­re­gri­na­ción!
Ven y guía mis pa­sos, ayú­da­me, án­gel mío,
¡na­da más que por hoy!

13 A mi Je­sús de­seo ver sin ve­lo, sin nu­bes.
Mien­tras tan­to, aquí aba­jo muy cer­ca de él es­toy.
Su ado­ra­ble sem­blan­te se man­ten­drá es­con­di­do
¡na­da más que por hoy!

14 Yo vo­la­ré muy pron­to pa­ra en­sal­zar sus glo­rias,
cuan­do el día sin no­che se abra a mi co­ra­zón.
En­ton­ces, con la li­ra de los án­ge­les pu­ros,
¡yo can­ta­ré el eterno, in­ter­mi­na­ble hoy!