Las mujeres en el Carmelo
A finales del siglo XIII tenemos las primeras noticias de mujeres que desean adscribirse al proyecto carmelita. A través de la afiliación a la orden, las beatas o pinzóqueras, especialmente en Italia, dieron las primeras mujeres que a través de una profesión, que los autores más importantes de la orden consideran una auténtica incorporación a la orden, comenzaron a vivir en grupos con el deseo de erigirse antes o después en auténticos conventos donde las mujeres tuvieran la misma forma de vivir que tenían los hombres.
Este fue el fin obligado de aquella evolución, que haciendo inviable la convivencia en un mismo monasterio de hombres y mujeres, llevó a la reunión de estos grupos de beatas, que a partir de 1452, con la bula Cum Nulla, fueron aceptadas definitivamente como nueva realización del proyecto de vida carmelita, que a través de diversas evoluciones, se llevó a una constitución de la rama femenina de la orden, siempre considerada parte de la misma orden, sin distinción de primera o segunda orden.
La idea de Juan Soreth, principal alentador de la vida carmelita entre las mujeres, de que ellas hicieran “lo mismo que se hacía entre nosotros” y que la misma devoción mariana que distinguía a los hombres, “fuera también distintivo de las mujeres”.
Los generales que siguieron a la fecha de constitución de estos primeros monasterios fueron añadiendo normas y desarrollos, que a través de las monjas de Bretaña, fruto del trabajo común del Santo General Juan Soreth y de la Santa Duquesa Francisca de Amboise, y de las constituciones por ellos iniciadas, con toda probabilidad llevaron a las primeras fundaciones en la península ibérica, entre las que el convento de los Remedios de Écija podemos considerarlo como el convento Madre de todas las carmelitas españolas.
La extensión producida durante el siglo XVI en toda España, y especialmente en nuestra provincia bética, dio una gran floración de monasterios de carmelitas que desde “Los Remedios” fueron extendiéndose por Antequera, Sevilla, Granada, Osuna, Utrera; nuevamente en Sevilla (monasterio de Santa Ana) se inició un movimiento de recoletas de las cuales formó parte nuestro monasterio de Villalba del Alcor, que felizmente continuamos habitando desde principios del siglo XVII.