El monasterio nos proporciona un ambiente apto para desarrollar el carisma contemplativo, disponiéndonos eficazmente para centrar toda nuestra vida en Dios. Con nuestro silencio proclamamos al mundo que solamente Dios puede responder a los deseos infinitos del corazón humano.
Nuestras constituciones señalan que «la vida contemplativa influye misteriosamente en la construcción del Reino de Dios, por la misma búsqueda directa e inmediata de Dios, por la unión con Cristo y por la oración e inmolación. Por su peculiaridad, este apostolado se ejercita preferentemente en la línea del ser más que del hacer, y fluye de la misma vida como irradiación de lo que el espíritu obra en ella»
–Const. n.91–