Los Carmelitas y el monte Carmelo
Un grupo de peregrinos y cruzados o de cruzados peregrinos provenientes de los movimientos que entre el siglo XII y XIII se produjeron en Europa y que dieron ocasión en su desarrollo a varias de las órdenes que llamamos mendicantes, se instalaron en algún momento entre los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII en un lugar, hoy día perfectamente localizado, donde se propusieron vivir, “como todos los cristianos fuera cual fuera su organización o forma de vida religiosa, en obsequio de Jesucristo” (Regla n. 2). Desde su primer proyecto estuvo simultáneamente coloreado con ideas propias nacidas del lugar y en el ambiente en que vivieron: cruzadas, peregrinación jerosolimitana, devoción especial a la humanidad de Cristo el Señor, y otros elementos que no aparecen expresamente en la regla, pero que influyeron profundamente en el proceso de formación y solidificación del proyecto carmelita.
De la Formula de vida a la Regla del Carmelo

Con este proyecto, se marcharon a San Juan de Acre, al patriarca Alberto de Jerusalén, para que les proporcionara una fórmula de vida, para lo que el Santo patriarca se había demostrado suficientemente hábil en varias intervenciones anteriores, al proveer de regla y estatutos a diferentes instituciones de la Iglesia.
Esta fórmula de vida fue sucesivamente aprobada a diversos grados, por los papas que inmediatamente siguieron a Inocencio III, aunque siempre sin hacer de ella una regla canónica en el sentido jurídico de la palabra.
Armados con este reconocimiento jurídico del patriarca y con su fórmula de vida, reflejo de su propósito o proyecto, comenzaron su itinerario alrededor de la fuente de Elías, proveyéndose de celdas alrededor de una humilde edificación, hoy en gran parte conservada, y dedicada a Santa María, la Madre del Señor de aquella tierra, Santa María del monte Carmelo, convertida en todas las lenguas occidentales en Santa María del Carmen. La regla les proporcionaba la seguridad jurídica y la forma de desarrollar su vida religiosa: hablaba del prior y sus atribuciones, de los lugares o conventos donde habitar, de la forma de trabajar y vivir en austeridad, ayuno y abstinencia casi perpetuas, de la vida común y en común, del trabajo como medio ascético y de propio mantenimiento, del silencio como medio ascético y como instrumento de convivencia, del respeto mutuo entre el prior y los Hermanos, y finalmente de su preocupación por la prudencia “moderadora de todas las virtudes”, sobre todo cuando el ermitaño sentía la necesidad de ir más allá de lo prescrito en la regla.
No mucho después de estos traslados recurren a Inocencio IV pidiéndole que les conceda “entrar en aquel estado en que puedan ser útiles a sí mismos y a los demás” (bula Paganorum incursus 1246). El deseo se lo concede el papa, pero las dificultades para el asentamiento en ciudades los lleva a solicitar del mismo papa una adaptación de su regla a las condiciones de vida de occidente.
La regla que nace del trabajo de los dos adaptadores dominicos, experimentados ya como predicadores mendicantes, da ocasión a una serie de transformaciones, la mayor de los cuales es la bipolaridad de la regla, útil tanto para los ermitaños, como para los nuevos frailes que surgían del movimiento después llamado mendicante..
Frailes mendicantes
Aquellos humildes inicios, representados por el único monasterio del monte Carmelo, comenzó a partir de 1238 a extenderse por Europa, radicándose especialmente en aquellas naciones de donde habían partido peregrinos y cruzados, que de vuelta a sus tierras, trajeron consigo el proyecto carmelita: Mesina, Aylesford y Hulne en Inglaterra, Aygalades, en Francia, Valenciennes, en Bélgica, fueron los primeros asentamientos que los carmelitas verificaron en los reinos occidentales.
Durante todo el siglo XIII, este grupo se fue extendiendo hasta llegar a tener más de ciento cincuenta conventos a principios del siglo XIV. Se fueron concretizando elementos que habían quedado indecisos en la adaptación Inocenciana de forma que a finales del siglo XIII nos encontramos con una orden plenamente consolidada.